martes, 23 de junio de 2015

Es media noche en mi cuarto

Es media noche otra vez en mi cuarto. Las luces se me tornan pesadas, obesas, presionan mi corazón. La media noche ha entrado en mi cuarto, me saluda en mi soledad y me pregunta cómo estoy, le respondo que no sé, que estoy como siempre, como todas las veces que viene a verme y hace la misma pregunta.
Avanza hacia a mi, mientras carcome mi piel avejentada, ya son nueve. Ya son diez. Y me vuelvo más vieja, y me vuelvo más triste en mi cuarto.
Medias lunas se dibujan en mis ojeras, medias noches en vela. Yo y yo.
A esta reunión en mi cuarto suelo llegar temprano, se conversan una y otra vez los mismos temas, se mastican, se saborean, se tragan con dificultad, rasgan el pecho, se olvidan en el estomago y los ojos con sus oscuras medias lunas invertidas se cierran perpetuamente hasta el medio día, donde la hermana de la media noche viene a visitarme otra vez, y me mira, me recorre, me despierta y me dice, hoy, hoy no deberiamos vernos, ni ayer, ni hoy, ni mañana. El alba se quedó esperandote otra vez con cara ilusionada, con semblante tierno, con el rostro radiante, se quedo esperandote y surco el medio cielo sin ti otro día más. A lo que respondo. ¿Por qué me despiertas? No me molestes, quiero quedar olvidada aquí en mi cuarto, quiero quedar olvidada, dile al alba que ya no me espere, que no llegaré a su cita, dile. Y mi cuerpo se abraza a sí mismo, en la misma posición en la que se mantuvo nueve meses completos. Sin saber de media noches, medios días, albas, atardeceres.
En esa posición se queda olvidada hasta que el cuarto comienza a detestarla y la expulsa fuera, fuera, desnuda la lanza, afuera, desnuda. Y la medianoche se ha colado en mi cuarto otra vez. Ya son 20.